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2017, La Nación, Ideas
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2017. La Confederación colapsó hace un siglo y medio. Duró sólo cuatro años, entre 1861 y 1865, cuando once estados sureños proclamaron la secesión y se desató la guerra civil entre el Sur y el Norte. Uno de los móviles, acaso el principal, fue el futuro de la esclavitud. En el norte, en la Unión, pugnaban por la abolición; en el sur, en la Confederación, se intentaba proteger una forma de vida que dependía de ella. Lo resolvieron a los tiros. Es un caso de memoria selectiva, pero también de olvido selectivo. “Si la memoria común de la guerra es que se trató acerca de la esclavitud ―escribió hace unos años Alfred L. Brophy, profesor de leyes en la Universidad de Alabama―, las acciones de aquellos que pelearon contra la Unión parecen inmorales. Sin embargo, si la miramos como una lucha por la autodeterminación política, como personas honorables peleando por su patria, tenemos un sentido muy diferente de la guerra”. Hubo dos picos de producción de monumentos de esta memoria confederada heroica, blanca, romántica, tradicionalista y rebelde. El primero fue a comienzos del siglo XX, cuando las leyes Jim Crow de segregación racial de los estados sureños acorralaron cualquier intento de integración de los afroamericanos; el otro pico fue en la década de 1960, cuando los movimientos por los derechos civiles pugnaban por la desegregación racial en el sur, particularmente en las escuelas. La memoria confederada era un dique de contención, un desafío, un artilugio para vincular una historia legitimada con una identidad amenazada. Las banderas de guerra aparecieron en esta misma época. Durante un siglo habían permanecido confinadas en museos, cementerios y dramones históricos al estilo Lo que el viento se llevó. En los años 50 y 60 emergieron como respuesta regional a la apertura racial. Empezaron a flamear en espacios oficiales (como el capitolio de Columbia, en 1961); el diseño se sumó a las banderas estatales (como en Georgia, en 1956). Este sentido del símbolo (tuvo otros: simplemente era un objeto cool) comprometía al presente: una afirmación de hegemonía blanca ante los desafíos propuestos por los movimientos civiles y por las leyes federales.
Memorias en lucha, 2016
Este libro tuvo el aporte de la anpcyt,2Fondo2para2la2Investigación2Cientíica2y2 Tecnológica (foncyt) en el marco general del contrato de préstamo bid n.° 2437/oc-ar con2el2que2se2inancia2el2Programa2de2Innovación2Tecnológica2ii.
MEMORIAS DE GUERRA Y DIGNIDAD, 2014
Colombia tiene una larga historia de violencia, pero también una renovada capacidad de resistencia a ella, una de cuyas más notorias manifestaciones en las últimas dos décadas ha sido la creciente movilización por la memoria. Rompiendo todos los cánones de los países en conflicto, la confrontación armada en este país discurre en paralelo con una creciente confrontación de memorias y reclamos públicos de justicia y reparación. La memoria se afincó en Colombia no como una experiencia del posconflicto, sino como factor explícito de denuncia y afirmación de diferencias. Es una respuesta militante a la cotidianidad de la guerra y al silencio que se quiso imponer sobre muchas víctimas. La memoria es una expresión de rebeldía frente a la violencia y la impunidad. Se ha convertido en un instrumento para asumir o confrontar el conflicto, o para ventilarlo en la escena pública. Ahora bien, al aceptar que la movilización social por la memoria en Colombia es un fenómeno existente, es preciso también constatar su desarrollo desigual en el plano político, normativo y judicial. Regiones, tipos de víctimas, niveles de organización, capacidad de acceso a recursos económicos son factores que cuentan en la definición de los límites o posibilidades de la proyección y sostenibilidad de las prácticas e iniciativas de memoria que hoy pululan en el país. En todo caso, es gracias a todo este auge memorialístico que hay en Colombia una nueva conciencia del pasado, especialmente de aquel forjado en la vivencia del conflicto. El conflicto y la memoria —lo muestra con creces la experiencia colombiana— no son elementos necesariamente secuenciales del acontecer político-social, sino rasgos simultáneos de una sociedad largamente fracturada.
Estudios De Filosofia, 2012
Grupo de Mcmori-a Hin6rk-a funtilkia UniveTlidad &gotA Vaya comenzar citando a Reyes Mat.: quien considera que todo pensamiento mira desde algún lugar, está situado. No hay pel\\amiento sin experiencia ni sin su ubicación l. Esta aseveración es imperativa para la antropología contemporánea tan preocupada por hacer explícito e! lugar desde el cual se habla o se eKribe. En mi condición de antropóloga dedicada al estudio do: la violencia y la memoria. quiero hacer explícito el lugar desde el cual vaya hablar y a quiénes pretendo interpelar. El horizonte a partir de! cual hago las siguientes consideraciones es el de la barbarie que ha caracterizado la guerra en Colombia. Entiendo por barb:uie algun-as prActicas atroces como la desaparición fonada, la tortura, el desmembramiento, t'I asesinato individual y colectivo, prácticas que vengo estudiando desde hace cerca de treinta años. Aunque mis reflexiones actuale.! tienen como punto de referencia a las víctimas del conflicto armado, no quiero hablar conceptualmente de ell-as como tampoco pretendo hablar por ellas. Quisiera, más bien, examinar el comexto en el cual familiares y sobrevivientes luchan pot preservar las memorias de unos hechos violentos que partieron en dos sus vidas. El título de la ponencia, _Memoria en tiempru de guerra, el signo de una engloba algunos probletruls que quisiera plantear en esta conferend-a. El primero tiene que ver con el contexto de guerra en medio del cual los sobrevivientes y familiares de las víctimas del conflicto colombiano, que son en un 85% mujeres con sus hijos, luchan por preserva r unas memorias personales y colectivllS de silencio \. dolor de cara a la impunidad y a las constantes amenazas. Consciente de que las verdaderas ,•íctimas ya no están y nunca podrán hablarnos, denominaré como víctimas a los familiares y sobrevivientes que se h-an organizado para recla _ mar verdad. justicia y reparación. Hoy por hoy. y gracias a la ley 975 de Justicia '1 Paz que em podcró a las víctim-as y les dio voz. estas voces conforman una s(lba!ternidaJ que tiene la fuena de (lila memoria desafiante desde la cual confrontan las injusticias de las que han siJo objeto. Son seres cuyo capital simbólico radica en sus memorias y cuyo dolor hace eco a los planteamientos de Adorno y de respecto a la historia como sufri miento y a la memoria de los sufrientes como una dim.::nsión subn::rsi\"lI de la Historial.
Batallas por la memoria
Hablar de mito y memoria nos obliga a hacer una primera precisión conceptual. El mito es entendido aquí, según la formulación griega, como una forma de discurso contraria al Logos y, por lo tanto, construcción irracional de una verdad cuya esencia es su propia manifestación y rotundidad, el ser dicho; esto es, una verdad sin posibilidad de ser contrastada, un discurso que no resiste la crítica 1 . Por lo tanto, la forja del mito (de la Guerra Civil) debemos relacionarla con una forma de simplificación del discurso con el que, convertido en propaganda por el nuevo Estado franquista (lo que dijo de sí mismo), trató de justificarse mediante una sacralización de sus orígenes. La memoria, en cambio (como recuerdo público), debe someterse a la fidelidad del pasado y su utilidad en el presente; esto es, contribuir a formar una identidad cuyos valores y principios sean sometidos a la razón y el debate crítico 2 . Si la función y característica que define a los mitos contemporáneos es su utilización racional por el poder político (Cassirer) 3 , la función de una cultura de la memoria es, en cambio, rescatar del olvido, reparar (administrar su legado y hacer justicia) a quienes sufrieron o fueron víctimas de la violencia ejercida en el pasado 4 . 1. LLEDÓ, Emilio, El silencio de la escritura, Madrid, Espasa-Calpe, 1998, edición corregida y aumentada. Así, el mito no produce memoria sino olvido, ya que la función del lenguaje mítico no es la de ser proferido para provocar diálogo (base de la intersubjetividad en la que edificamos la memoria que somos) sino sumisión y silencio. Ver, del mismo autor. El surco del tiempo, Barcelona, Crítica, 1992 y La memoria del Logos, Madrid, Tauros, 1996. 2. TODOROV, Tzvetan, Los abusos de la memoria, Barcelona, Paidós, 2000. 3. Ver su clásico trabajo donde estudia la función política del mito en el siglo XX, CASSIRER, Ernst, El mito del estado, México, Fondo de Cultura Económica, 1947. 4. Cada generación adquiere el legado de la memoria histórica, que debe administrar, convirtiéndose en responsable de la reparación. Al mismo tiempo, si la reparación nos recuerda las injusticias cometidas en el pasado, la única justicia que les queda a las víctimas es la del reconocimiento de lo que fue negado. Hay que recordar que cada crimen cometido es ocultado en el pasado, sea por medio de subterfugios legales, como por el interés planificado de hacer desaparecer a los tes-Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, 6, 2007, pp. 131-164
Arte y Memoria. Abordajes múltiples en la elaboración de experiencias difíciles, 2021
En la segunda sección de este libro, “Géneros y me- morias”, los artículos de Lizel Tornay y Verónica Perera reflexionan en torno a las posibilidades de las producciones cinematográficas y teatrales en función de la elaboración de memorias traumáticas. En ambos trabajos el cine y el teatro se presentan en su capacidad de agente constructor de nuevas memorias en tanto dispositivos culturales que dialogan con su público. En los dos textos la obra de teatro y los films analizados interpelan las problemáticas devenidas de construcciones de género heredadas.
La Descommunal
los monumentos o memoriales de guerra constituyen un tipo especial de monumentalidad. Por una parte, son una de las manifestaciones monumentales más antiguas de la historia humana. Por otra parte, suelen ser los monumentos más frecuentes y de mayor distribución a lo largo del mundo. La emergencia y afianzamiento de los estados naciones durante los siglos XIX y XX vieron jalonarse cientos de ellos, desde espacios con importante carga simbólica hasta en sitios recónditos e inaccesibles, pero de valor estratégico. Si bien sus formas, materiales, estilos, funciones y significados fueron variando en la diacronía, estos monumentos, allende su poder evocativo, constituyen un nexo en donde se condensan la cultura, la política y la memoria. Muchos subsisten y son parte de rituales conmemorativos; otros cayeron en un aparente olvido. En este trabajo proponemos entender el papel que desempeña la monumentalidad de guerra analizando dos vertientes. Por un lado los procesos de patrimonialización llevados a cabo tanto por el Estado como por grupos diversos o particulares. Por el otro comprender el rol que juegan en las construcciones identitarias y de memoria de múltiples colectivos. Para ello ejemplificaremos con diversos casos de estudio vinculados a monumentos de guerra representativas períodos y hechos de la República Argentina. Palabras clave: monumentos de guerra, memoria, paisaje, patrimonialización, conflicto.
Quintana: revista do Departamento de Historia da Arte, 1970
En este artículo se explora la posibilidad de que construcciones medievales hispanas vinculadas a victorias y derrotas en batalla hayan podido funcionar como “memoriales de guerra”. Se tomará al monasterio de Las Huelgas como punto de partida ya que esta fundación fue creada a instancias de Alfonso VIII, un monarca que experimentó ambos extremos durante su reinado: si bien sufrió un doloroso revés en Alarcos (1195), acabaría finalmente recuperando su crédito como líder militar con la victoria de Las Navas de Tolosa (1212), que le granjearía una fama sin parangón en la época. Por su parte, la Orden de Calatrava había sufrido importantes pérdidas en la fallida campaña de Alarcos, y el recuerdo de los mártires caídos en batalla aquella jornada perseguiría durante años a Alfonso VIII. En este sentido, el cuasi privado claustro de Las Claustrillas en Las Huelgas –un espacio performativo–pudo haber servido como lugar para la penitencia y el olvido, mientras que la iglesia del monasterio b...